Por las
mañanas me deslomaba de sol a sol; entre la zona de cultivo y el cuidado de los
animales circulaba toda mi vida. Resulta tedioso pensar que al día siguiente al
levantarme repetiría punto por punto lo que acababa de hacer. Tal vez, incluso,
pisaría sobre las huellas de mis propios zapatos.
Era prisionero en la vida que elegí de una forma inconsciente. Sin ninguna forma de,
años más tarde, escaparme de esa decisión. De modo que tuve que resignarme a seguir
haciendo lo que hacía.
Los
repetitivos trabajos quedaban a un lado cuando empezaba a anochecer. Con mi
cena lista y delante mia. Pasaba a viajar; a convertirme en personajes de todo
tipo: heroicos, espeluznantes o sin más
función que acompañar a alguien, daba igual. Me había adaptado a encontrarme en
guerras y lugares pintorescos. A visitar las zonas más emblemáticas del mundo o
a formar parte de conversaciones que han cambiado el mundo. A veces, también
vagaba por mundos de fantasía, con personajes aterradores y, otros,
encantadores. La mejor elección que he tomado fue coger aquel libro y descalzar mi vieja mesa. Me
ayudó a darme cuenta de que tenía que escapar de allí.
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